Cuántas veces habremos escuchado a lo largo de nuestra vida la expresión –acuñada por el filósofo y economista Karl Marx en el siglo XIX- “el trabajo dignifica al hombre”; seguramente, en incontables ocasiones. No obstante, decir que el trabajo confiere dignidad implica una encerrona que tiene muchos matices históricos; que sigue requiriendo numerosas luchas y resistencias; que costó cuantiosas batallas contra el desdén de un sistema que no se cansa de propinar “cachetazos” para desairar los reclamos que exigen justamente eso: trabajo DIGNO, escrito en mayúscula y con el acento puesto en “mejores condiciones laborales”.
Lo que hoy se conmemora como una efeméride festiva más no es otra cosa que una jornada de reivindicación de los derechos sociales y laborales de los trabajadores y las trabajadoras en todo el globo. Un legado de lucha que nos dejó un conjunto de sindicalistas de mediados de la década de 1890 en Estados Unidos, que no hacían más que reclamar derechos elementales, como el de la reducción de la carga horaria. De aquella huelga encarnada por los “Mártires de Chicago” el 1° de mayo de 1886, que llegó a su punto crítico tres días más tarde con la llamada Revuelta de Haymarket (cuando fueron ejecutados como respuesta a esa sublevación), se desprende una enseñanza que perdura hasta nuestros días: pelear encarnizadamente por un mundo en el que se respire un mayor aire de justicia y equidad.
Esa manifestación que comenzó con el reclamo de un puñado de hombres y que derivó con el llamamiento colectivo de medio millón de trabajadores durante cuatro días en más 5 mil puntos de concentración, posibilitó que tres años después en Francia, durante el Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional, se instituyera esta fecha como el Día Internacional del Trabajador.
En Argentina, la primera conmemoración tuvo lugar el 1º de mayo, pero de 1890, a instancias del club de trabajadores alemanes Vorwärts. Estos formaron una comisión que se encargó de llevar adelante una convocatoria social y de redactar el manifiesto que contenía el pedido de reivindicaciones obreras básicas; algunas de ellas: jornada de trabajo de ocho horas, prohibición del trabajo infantil, la igualdad del salario por la misma actividad para varones y mujeres... El mitin, celebrado en el barrio porteño de Recoleta, reunió alrededor 2000 personas, cantidad sustancial para una movilización de la época.
Nosotros, los trabajadores del CONICET
Esa herencia hemos recibido como trabajadores del Estado en el principal organismo dedicado a la promoción de la ciencia y la tecnología: somos más de 11 mil investigadores e investigadoras; más de 10.800 becarios y becarias de doctorado y postdoctorado; más de 2.700 técnicos, técnicas y profesionales de apoyo a la investigación, y aproximadamente 1.300 administrativos y administrativas. Ese universo se encuentra distribuido a lo largo y ancho del país en 16 Centros Científicos Tecnológicos (CCT), en 11 Centros de Investigaciones y Transferencia (CIT), en un Centro de Investigación Multidisciplinario y en más de 300 Institutos y centros exclusivos del CONICET y de doble y triple dependencia con universidades nacionales y otras instituciones.
Somos trabajadores y trabajadoras que continúan con esa lucha, porque sin una ciencia y una tecnología de calidad -con la mirada puesta en las necesidades y las demandas imperiosas de la sociedad- es imposible pensar en un país con mejores oportunidades para todos y todas.
Por Maximiliano Grosso