EFEMÉRIDES NACIONALES

LA “BENDITA” DESOBEDIENCIA QUE PERMITIÓ ASEGURAR EL PROYECTO INDEPENDENTISTA

El 24 de septiembre de 1812, en Tucumán, el Ejército del Norte, al mando de Manuel Belgrano, dio vuelta la historia: frenó el avance realista que buscaba sofocar la revolución


Las derrotas de Sipe-Sipe y de Huaqui (1811) parecían haber asestado el golpe final a las fuerzas -ya escasas, en todos los sentidos- de lo que hoy conocemos como Ejército del Norte. En febrero de 1812 Manuel Belgrano se hizo cargo de lo que quedaba y, desde Jujuy, pidió refuerzos a Buenos Aires. En cambio, a través de Bernardino Rivadavia, el Primer Triunvirato le ordenó la retirada hasta Córdoba y que en el camino se destruyera todo lo que el enemigo pudiera aprovechar, dificultando así su avance.

“Alrededor de 1.300 hombres y gran parte del pueblo empezaron a abandonar la ciudad el 23 de agosto, y se encaminaron hacia Tucumán”, cuenta la doctora en Historia María Paula Parolo, investigadora independiente del CONICET NOA Sur, con sede en el Instituto Superior de Estudios Sociales (ISES, CONICET-UNT). “La orden era bajar hasta Córdoba, pero al llegar a Tucumán, en vez de seguir a la ciudad, Belgrano tomó la ruta hacia Santiago; su intención era desorientar al enemigo, que venía persiguiéndolo”, añade y explica la estrategia: “el comandante realista, Pío Tristán, creería (y sucedió) que se replegaría hasta Córdoba. Sin embargo, Belgrano se apostó allí y envió a la ciudad al teniente coronel Juan R. Balcarce; buscaba promover la reunión del vecindario y estimular la ayuda de hombres y de armas para enfrentar las tropas realistas”. Lo logró.

“La Batalla de Tucumán, por donde se la mire, fue un acontecimiento decisivo. Desde el punto de vista militar marcó un antes y un después en la disputa entre el Ejército Auxiliar del Perú y el Ejército Realista –agrega, en una suerte de diálogo a la distancia, Facundo Nanni, que fue becario posdoctoral del CONICET y es hoy docente e investigador en el Instituto Ramón Leoni Pinto, de la UNT, y miembro de número de Junta de Estudios Históricos-. Alentado por su triunfo en Huaqui, el ejército del rey quería continuar sofocando la revolución y venía hacia el sur con éxito. Nuestra victoria les puso un freno, y se pudo así pasar de una posición defensiva a una ofensiva”.

La decisión clave

Al ver la adhesión del pueblo tucumano, el 12 de septiembre Belgrano informó al Triunvirato su determinación de no replegarse hasta Córdoba y hacer frente a las tropas de Pío Tristán, añade Parolo, y cita:

“Son muy apuradas las circunstancias y no hallo otro medio que exponerme a una nueva lección: los enemigos vienen siguiéndonos. El trabajo es muy grande; si me retiro y me cargan, todo se pierde, y con ello nuestro total crédito. La gente de esta jurisdicción se ha decidido a sacrificarse con nosotros (…) pienso aprovecharme de su espíritu público y energía para contener al enemigo”. Manuel Belgrano, 1812

Hubo 12 días para prepararlo todo. Y ese todo era mayúsculo. Mientras Rivadavia amenazaba con sancionar a Belgrano por su acto de desobediencia, este y sus oficiales juntaron alrededor de 600 jinetes tucumanos que improvisaron armas con cuchillos clavados en cañas tacuaras y fueron adiestrados para la contienda.

“Pero mientras tanto, las tropas realistas avanzaron hacia el Sur, y para el 23 de septiembre se habían ubicado en lo que hoy es Los Nogales, cuatro leguas al norte de la ciudad –agrega Parolo-. Allí quedó un contingente para ‘distraer’ a los patriotas, mientras el grueso de las tropas se dirigió por el oeste, usando el viejo Camino del Perú, en busca de sorprender la retaguardia del Ejército del Norte”.

Cuenta también que Belgrano había apostado su ejército al sur de la ciudad, en la “Ciudadela” (hoy, la plaza Belgrano) con frente hacia el norte; pero el grupo que comandaba el general Gregorio Aráoz de Lamadrid había descubierto la estrategia de Tristán, y entones Belgrano movilizó las tropas hacia el oeste hasta el “Campo de las Carreras” (probablemente, lo que hoy es parque Guillermina). Allí, la infantería se colocó en tres columnas al centro; las únicas cuatro piezas de artillería, intercaladas en los claros; la caballería, dividida en dos mitades, sobre cada ala; y una pequeña reserva de caballería e infantería, al mando del coronel Manuel Dorrego, en la retaguardia. “Eran en total 1800 hombres, entre soldados y gauchos, para enfrentar 3.200 (2.000 de infantería, 400 de caballería y el resto, artilleros)”, describe Parolo.

Y de esos 1800, no todos eran tucumanos: “además de Belgrano, hubo hombres de guerra vinculados con Buenos Aires, espacio central de la revolución, como Eustaquio Díaz Vélez, Balcarce y Dorrego. También, extranjeros formados en la guerra europea, como el francés Charles Forest, que dirigía una columna de infantería, y el barón Eduard Kaunitz von Holmberg, nacido en Prusia, que estuvo al mando de nuestras cuatro piezas de artillería”, resalta Nanni y añade: “tampoco eran sólo hombres… Muchas mujeres colaboraron con la guerra en distintas funciones, como espías, como enfermeras, incluso como guerreras en el campo de batalla…”.

La batalla

Parolo propone ahora lo que llama “crónica de una victoria inesperada”. “En la mañana del 24 de septiembre el ejército realista asomó sobre el Campo de las Carreras. Confiaba en la sorpresa e iba “relahado”, arranca el relato. “Los patriotas los sorprendieron rompiendo el fuego con sus cuatro diminutas piezas de artillería y barrieron algunas líneas de dos batallones realistas. Belgrano mandó inmediatamente que la caballería de Balcarce cargara sobre el flanco izquierdo de la infantería enemiga, y que la infantería patriota se dirigiera al centro”, agrega y resalta que el choque entre ambas fue tan fuerte que en esa primera embestida los patriotas perdieron alrededor de 400 hombres. “Dorrego avanzó, entonces, con la retaguardia, sin esperar órdenes del general; mientras, Balcarce hacía lo propio con la caballería de reserva”, añade. Y a ello –agrega- se sumó un fuerte ventarrón que repentinamente desde el sur arrastró una densa nube de polvo y una manga de langostas.

Las cosas empezaron a cambiar: los realistas, desconcertados, se pusieron en fuga; Belgrano logró reunir sus desperdigados oficiales, y regresó lenta y ordenadamente a la ciudad, adonde ya se había replegado parte de su infantería con las piezas de artillería arrebatadas al enemigo, las banderas y cientos de prisioneros. “Tristán pudo rearmar en parte su ejército con una columna que no había intervenido en el primer enfrentamiento y avanzó hasta las afueras de la ciudad de Tucumán –agrega Parolo-. Pero en el camino las municiones y los pertrechos, que iban en la retaguardia, fueron tomados por el enemigo. Tristán levantó campamento y no intentó otra ofensiva. A las 12 de la noche partió en silencio hacia Salta”.

Los efectos

Las consecuencias de la Batalla del 24 de septiembre no fueron sólo militares. “Para Tucumán y sus habitantes hubo ‘premios’ -cuenta Nanni-. Hasta ese momento Tucumán dependía de la intendencia de Salta; pero en 1814, por haber sido suelo de tan crucial batalla, Tucumán adquirió el “status” de provincia.

Y tampoco fueron sólo locales: ese 24 de septiembre Belgrano ingresó triunfante en la ciudad de Tucumán, reorganizó el Ejército y avanzó hasta Salta, donde venció nuevamente a Tristán el 20 de febrero de 1813. “De esa manera contuvo definitivamente el avance realista en el frente Norte. Su desobediencia inicial salvó la causa revolucionaria”, destaca Parolo. “Esta batalla, a la que Vicente Fidel López describe como ‘la más criolla de todas’, fue una de las más importantes en las luchas por la Independencia –describe Parolo-. Y no sólo de la nuestra; Bartolomé Mitre lo describió así: ‘En Tucumán salvose no sólo la revolución argentina, sino que, puede decirse, contribuyó de una manera muy directa y eficaz al triunfo de la independencia americana’”.