ANÁLISIS ECOLÓGICO

Arde la Amazonia: una mirada científica a esta, ¿problemática actual?

El investigador del CONICET en Tucumán, "Chilo” Grau, deconstruye algunos mitos y echa luz sobre el acontecimiento que paraliza a la comunidad internacional.


Que el clima global cambia continuamente no es novedad. Lo que no sabemos aún con certeza es el impacto que producirán los incendios que arrasan por estos días con la Selva Amazónica (región compuesta por Brasil, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela y las Guayanas). ¿Agravarán esta situación?

Pese a ser uno de los lugares con mayor humedad del mundo, sólo en Brasil, “el pulmón del mundo”, como suele referirse a esta región tropical, sufrió en 2019 alrededor de 70 mil nuevos focos de incendios forestales. Es decir, creció en un 84% respecto del año anterior, saldo alarmante, ya que dejan a su paso más de medio millón de hectáreas afectadas (aproximadamente 6 mil kilómetros cuadrados), y una potencial pérdida importante para la biodiversidad del planeta.

A contrapelo de lo que escuchamos y vemos por estos días en diferentes medios y plataformas de comunicación, “este acontecimiento en particular no tendrá enormes consecuencias irreparables. En verdad hasta ahora la tasa de ocurrencia de fuegos no se aleja mucho de lo que sucede todos los años en la amazonia; son más altas que las de años recientes, pero más bajas que las que ocurrían a principio de siglo”, explica el director del Instituto de Ecología Regional (IER, CONICET-UNT), doctor Ricardo Grau, sin desconocer los daños ocasionados hasta el momento que hacen peligrar a especies animales y vegetales. Pero sí advierte que más allá de la situación de emergencia actual, se percibirán efectos irreversibles si avanza gradualmente el proceso de deforestación, “que es lo que los fuegos reflejan en parte”.

“Hay modelos que sugieren que una vez superado un determinado umbral de deforestación –explica el investigador- al reciclarse menos humedad entre la vegetación y la atmósfera, toda la cuenca amazónica podría volverse más árida, estimulando mayores probabilidades de fuego, e ingresaría a un ciclo de degradación más prolongada”.

Otro factor a considerar de la quema de bosques es el de la emisión de Dióxido de Carbono, gas que está presente en la atmósfera en concentraciones mucho menores (0.04%) en comparación con el oxígeno (21%), pero que “tiene una fuerte incidencia en el balance de radiación, lo que contribuye al calentamiento global”, aclara Grau. “Erróneamente se concluye en que si se destruye el amazonas, la atmósfera se quedará sin oxígeno; no es así: por un lado porque las plantas fotosintetizan, pero también respiran, de modo que el balance de oxígeno si esta región permaneciera inalterada sería neutro”, agrega el director del IER. En otras palabras, los bosques reciclan oxígeno, pero no lo producen en cantidades significativas en la atmósfera (es menor al 0.1%).

Para hacerle frente a esta realidad, el investigador considera que se ha avanzado mucho en la generación de eficientes Sistemas de Monitoreo de fuegos y deforestaciones, pero que deberían tener un correlato en las normativas legales y mecanismos de incentivos o penalizaciones, para de esta manera promover manejos productivos más amigables con los ecosistemas naturales. Por otra parte cree que para satisfacer la creciente demanda de alimentos, se debe promover más la intensificación sustentable de la producción agrícola, en lugar de la expansión territorial de la agricultura: “Un modo de hacerlo es a través de la estimulación a los cambios en la dieta que apunten progresivamente a la disminución del consumo de carne”. Por último, considera importante que, independientemente de las circunstancias políticas o de la irrupción de un tema coyuntural en la agenda mediática, se informe a la población sobre esta problemática como una perspectiva de largo plazo.

Por Maximiliano Grosso