MES DE LA MUJER

Unidas hacia la conquista para el desarraigo de las divergencias de género

Pese al reconocimiento de los últimos años en determinadas esferas de la vida social, las mujeres enfrentan todavía innumerables desafíos para garantizar la equidad de oportunidades. La importancia del rol de la mujer de la ciencia, en la voz de tres científicas del CONICET NOA Sur.


Científicas del CONICET Sur en Catamarca, Tucumán y Santiago del Estero reflexionan sobre la importancia de las contribuciones de la mujer en el ámbito científico-tecnológico.
Juliana Bleckwedel, investigadora del ITANOA.
Marta Arias, vicedirectora del CONICET NOA Sur y directora del CREAS.
Ana Garay, investigadora del INDES.

Ana Garay, Marta Arias y Juliana Bleckwedel son la cara visible de cientos de científicas del CONICET NOA Sur y con pasado en la universidad pública que día a día, con compromiso y convicción entregan su vida al desarrollo de la ciencia y la tecnología en el noroeste argentino. Aunque transitaron caminos diferentes, y en el presente residen en geografías disímiles, las tres comparten su pasión por la investigación científica… en un mundo en el que las mujeres deben colmarse –en una lucha que lleva décadas- de valor para derribar el muro de injusticias que pregona el sistema vigente, visiblemente masculinizado; que no tiende más que a promover, validar y naturalizar las desigualdades de género.

Porque el viernes pasado no se celebró una jornada más, sino el Día Internacional de la Mujer: en el que se conmemora una serie de conquistas históricas que al colectivo femenino le costaron más de cien años de revolución, a partir de que empieza a constituirse como tal en rechazo al status quo. Así, con el paso del tiempo, aparecerían demandas –hasta entonces ignoradas- como premisas de la disconformidad reinante: el derecho al voto universal, a la mejora de las condiciones laborales y reconocimientos de índole social y de igualdad entre los sexos, serían algunos de las más resonantes. Recién a mediados de la década del 70 del siglo XX empieza a tomar forma un movimiento femenino más férreo, especialmente entre mujeres de Europa; que dos años más tarde se expandiría como “ola en el mar” hacia el resto de los continentes y que culminaría con el reconocimiento por parte de la ONU (Organización de las Naciones Unidas), con la sanción como del 8 de marzo como día oficial en el que se en conmemora esta efeméride.

Realidades de mujeres científicas

Garay es arquitecta y doctora en Ciencias Sociales. En la actualidad se desempeña como investigadora en el Instituto de Estudios para el Desarrollo Social (INDES, CONICET-UNSE), en Santiago del Estero. Desde allí, analiza la relación entre la configuración del hábitat y las condiciones de vida de las comunidades rurales de Tucumán y Santiago del Estero, observando las desigualdades, los conflictos y los procesos que emergen de ese vínculo. “Mi investigación parte de entender que el modelo hegemónico de producción del espacio, promovido por el modelo de producción dominante, va en detrimento de las condiciones de vida y los modos de habitar de las poblaciones rurales, y las arrincona y despoja de oportunidades”, comenta, sin dejar de agregar que con este trabajo lo que se pretende es visibilizar la disputa por el hábitat rural entre las comunidades y el modelo extractivista. “Encontré en la investigación la oportunidad de poner mis herramientas al servicio de las comunidades que más las necesitan; generar datos, análisis y proyectos para fortalecer sus procesos, así como para generar políticas públicas que permitan resolver esas realidades invisibilizadas a lo largo de la historia”, remarca.

El camino que recorrió no fue fácil, admite, y en parte eso se explica porque además de los años entregados a la investigación debió cumplir con una responsabilidad mucho más grande: la de ser madre, con todo lo que eso involucra para una mujer circunscripta al universo científico. Es consciente del esfuerzo que significó equilibrar las demandas del trabajo con la responsabilidad de experimentar ese “desafiante rol” desde los albores de su carrera; con viajes y trabajos de campo en sitios aislados, por ejemplo. Cuenta además que tuvo que enfrentar diversas situaciones de desacreditación académica por sostener posturas diferentes y ser mujer. “En general, las mujeres sostenemos las tareas laborales que no reciben el mismo reconocimiento en el ámbito científico, como en lo referido a la escritura de artículos, a labores de gestión o de organización de eventos”, advierte, aunque reconoce que se trata de una lucha que es crucial sostener en los entornos de trabajo para que la situación cambie.

Asimismo, considera que es importante visibilizar el rol que tienen las mujeres en el sistema científico; observar las preguntas que se están haciendo, lo que miran y producen, y a la vez, mejorar las posibilidades para que niñas y niños del territorio nacional puedan elegir el mismo camino sin tantos obstáculos. En su caso particular, destaca las “sólidas relaciones” que se construyeron como resultado de su articulación con las comunidades locales: “Me brindaron seguridad, apoyo y respeto en el camino”. Y, por otro lado, no se olvida del sostén en todo este proceso de su familia y amigos, sin los cuales, resalta, no hubiese llegada hasta acá.

Bleckwedel, por su parte, se dedica a investigar en otra área del conocimiento: la de las ciencias agrarias o agropecuarias; ella es licenciada en Biotecnología, y cuenta en su haber con un doctorado en ciencias biológicas. En el presente, su espacio de trabajo es el Instituto de Tecnología Agroindustrial del Noroeste Argentino (ITANOA, CONICET-EEAOC), más precisamente el laboratorio de la Sección Fitopatología. En ese lugar realiza evaluaciones con el objetivo de generar alternativas biológicas útiles para controlar distintos patógenos que afectan a los cultivos de granos de interés comercial para la provincia de Tucumán, como la soja y el garbanzo.

“Uno de los principales factores limitantes de la producción para cualquier especie vegetal cultivada es el estrés biótico originado por distintos organismos patógenos”, explica la investigadora sobre este fenómeno causante de grandes pérdidas económicas, y revela que para el control de estas enfermedades se emplean frecuentemente agroquímicos, que si no se usan sobre la base de buenas prácticas agrícolas pueden contaminar el medioambiente, instar a la resistencia de los patógenos y afectar la salud de las personas y de los animales. “La toma de conciencia en los últimos años -señala Bleckwedel- llevó a indagar acerca de la utilización de tecnologías alternativas”. Pues bien, su trabajo se centra en el desarrollo de bioproductos o bioinsumos, que se generan a partir de la utilización de microorganismos, y que pueden representar una estrategia más sostenible y amigable en términos sociales, ambientales y económicos, ya que disminuye el impacto del uso de agroquímicos convencionales (de síntesis química) en el medioambiente. “Ahora me encuentro elaborando un producto curasemillas para ser utilizado en el tratamiento de semillas de soja y garbanzo contra patógenos habitantes del suelo”, revela la investigadora.

En su trayecto de casi diez años en el CONICET, Bleckwedel experimentó diferentes vivencias de índole profesional, por un lado y personal, por otro. Se doctoró y luego continuó una carrera postdoctoral en CERELA, en el marco de becas otorgadas por el Consejo; viajó por diferentes lugares del país y del mundo, lo que le permitió capacitarse, exponer sus conocimientos y conocer a personas de diferentes nacionalidades y culturas diversas.

Hoy está inmersa y produce conocimiento en el ámbito de la producción agropecuaria en Tucumán donde, revela, la mayoría son hombres, pero reconoce que esa realidad se está transformando y que “las mujeres están pisando fuerte”. En este sentido, reflexiona: “Tengo la oportunidad de seguir haciendo ciencia y comunicar las tecnologías que desarrollo directamente a los productores, lo que me permite una interacción que es muy positiva a la hora de tomar decisiones en los ensayos a realizar”. A este pasar se lo atribuye a la universidad pública y al CONICET, instituciones que le permitieron formarse y desarrollarse. “Agradezco también a mis padres por brindarme la vocación y la posibilidad de estudiar una carrera universitaria. No fue tarea fácil llegar hasta donde estoy hoy; fueron muchos años de estudio y sacrificio que hoy me dan satisfacción con innovaciones que llegan a la comunidad y eso hace que todo el esfuerzo valga la pena”, expresa, y concluye: “Puedo estar donde estoy gracias a miles de mujeres que pelearon y nos dieron este lugar en la Universidad y en el ámbito de la ciencia. No dejemos que esto se pierda”.

En sintonía con la mirada de sus colegas, la vicedirectora del CCT NOA Sur y directora del Centro Regional de Energía y Ambiente para el Desarrollo Sustentable (CREAS, CONICET-UNCA), Arias, deja en claro que las mujeres siempre contribuyeron con los avances científicos. Señala en tal caso los aportes de Marie Curie, única referente en recibir dos premios Nobel por sus pioneras investigaciones en los campos de la física y la química. “El gran valor de estos logros, especialmente los de Curie, es que eran considerados una rareza para una época en la que no se les permitía ninguna atribución”, aclara, y establece un paralelismo cuando señala que, al igual que con la eminente científica -que tuvo que atravesar distintas desacreditaciones en su tiempo-, al día de hoy siguen siendo relativamente escasos los reconocimientos a mujeres del entorno, circunstancia que cree se tiene que revertir.

“Recorrimos un largo camino de superación y de luchas para ganar nuevos espacios que antes nos habían sido relegados y prohibidos sólo por nuestra condición de género”, señala la directiva. En lo que respecta al sistema científico en América Latina, indica que, si bien aumentó el número de mujeres dedicadas a la investigación, son exiguas las que ocupan cargos de jerarquía o espacios de toma de decisión. “El reconocimiento y la valoración son dispositivos que forman parte de un proceso muy difícil de lograr, que implica romper con tradiciones y mandatos ancestrales que están arraigados al imaginario colectivo”, según su juicio; y, a diferencia de esta postura, para ella estos abordajes deben trabajarse en conjunto y ser acompañados por cambios en las relaciones sociales, propiciados por gobiernos democráticos e igualitarios que pongan en relevancia la capacidad de las personas por encima de su condición de género.

Por último, recuerda que la etapa que atravesó de formación académica fue conflictiva: “Salí de la Escuela Sarmiento con una formación bastante abierta y libre de opinión, pero años después viví en un contexto de dictadura en el que había una serie de limitaciones y restricciones por el solo hecho de ser mujer”. Y prosigue con esa anécdota: “En las salidas al campo muchas veces no nos elegían porque nuestras ‘limitaciones fisiológicas’, y había prejuicios de todo tipo, los cuales, algunos de ellos se siguen replicando en la actualidad. “Todo esto fue cambiando y hoy, por ejemplo, en una situación de embarazo, la valoración es otra, tanto que existen nuevos espacios para el cuidado de los niños y las niñas”, algo que antes era impensado, destaca como progreso significativo.

Hitos disruptivos contemporáneos

A grueso trazo, estos son algunos de los acontecimientos que cimentaron a lo largo del tiempo transformaciones que fueron acortando la brecha entre géneros. En febrero de 1909 se instituye en Estados Unidos el primer Día de la Mujer, en un contexto de luchas y reivindicaciones laborales que incluyó, entre otras medidas, el “Levantamiento de las 20 mil”, una huelga de camiseras de Nueva York que se llevó adelante en el mes de noviembre. Un año después, en el marco de la segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, realizado en la ciudad de Copenhague, se proclama el Día Internacional de la Mujer Trabajadora; que se celebra por primera vez en 1911 en países como Alemania, Suiza, Dinamarca y Austria con la participación de más de un millón de personas, que exigen para las mujeres el derecho al voto, al trabajo, a la formación profesional, a la no discriminación laboral y a la ocupación de cargos públicos. En marzo de ese mismo año ocurre un hecho trágico: en la fábrica textil Triangle Shirtwaist Company de Nueva York, 123 mujeres mueren en un incendio del que no pueden escapar, luego de que sus empleadores ordenan el cierre de las puertas del edificio durante el horario de trabajo. Este hecho generó cambios en la legislación laboral de los Estados Unidos, y en celebraciones posteriores del Día Internacional de la Mujer Trabajadora se hizo referencia, año tras año, a las condiciones laborales de explotación y de excesos a las que estaban sometidas.

Otro acontecimiento de notoriedad se dio en 1917 en Petrogrado, Rusia, promovido por trabajadoras textiles con una fuerte manifestación por "Pan y Paz" en el último domingo de febrero, en el contexto de la Revolución de Febrero, llevando eventualmente a la adopción del voto femenino en dicho país. Exactamente sesenta años más tarde, en 1977, la ONU (Organización de las Naciones Unidas) reconoce al 8 de marzo como día oficial para conmemorar esta efeméride. A partir de allí los resultados conseguidos y las propuestas establecidas se materializarían en 1995 con la aprobación de la Declaración y la Plataforma de Beijing, una hoja de ruta histórica firmada por 189 gobiernos que establece una agenda para la concreción de los derechos de las mujeres; y en 2015 con la inclusión del objetivo 5 en los ODS, en pos de lograr la igualdad de género de aquí a 2030 al adoptar medidas urgentes para eliminar las causas profundas de discriminación que siguen restringiendo los derechos de las mujeres, tanto en la esfera pública como privada.