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EFEMÉRIDES NACIONALES / PASO A LA INMORTALIDAD DEL GRAL. MANUEL BELGRANO
Manuel Belgrano en su tiempo
La Dra. Gabriela Tío Vallejo, investigadora del CONICET, especialista en Historia social de las Instituciones en el Río de la Plata, siglos XVIII y XIX, reflexiona sobre la vida y obra del General, en los contextos de su tiempo y formación y de las representaciones historiográficas del país.
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El papel de los individuos en los procesos históricos es un asunto complejo y debatido por la historia como disciplina. La crisis de los grandes paradigmas explicativos abrió el camino para el resurgimiento del sujeto en la historia y con ello para la recuperación de los itinerarios individuales dentro de la disciplina histórica. Si el materialismo histórico subordinaba la acción de los individuos al curso de la historia como proceso social, esta crisis abría la puerta a la pregunta de si las biografías, uno de los géneros más antiguos ligados a la historia, son un instrumento de la investigación social o un escape de la investigación social. (Momigliano, 1986)
El problema adquiere una particular relevancia cuando hablamos de los protagonistas de procesos considerados por la memoria colectiva como fundadores de las naciones hispanoamericanas, como es el caso de la revolución que derivó en la independencia del Río de la Plata.Al desafío de calibrar el lugar del individuo en el proceso histórico, se suma el de despojar al héroe patriótico de las capas de sentido que las sucesivas generaciones han ido incorporando a su figura.
Cuando les historiadores abordamos las efemérides nos enfrentamos a la tarea de desmitificar procesos y actores históricos porque, como dice Oscar Terán, “la ventaja de la historia frente al mito es que no se cierra nunca”. El mito galvaniza a los héroes en una circunstancia y una valoración, mientras que la historia vuelve sobre los protagonistas de los procesos permanentemente preguntándose sobre su acción, su pensamiento y sopesando su desempeño en un determinado proceso histórico que, a su vez, se relee y re significa constantemente.
Las representaciones que los “héroes” ocupan en los diversos relatos históricos de un país reflejan el modelo de “nación deseada” implícito en cada relato; así pueden destacarse héroes civiles o militares, defensores de la soberanía nacional, o del progreso y la modernización. En el caso de la historia argentina, dos personajes han sido reivindicados y apropiados por los distintos relatos como fundadores de la nación porque se ligan al proceso de independencia que a su vez es considerado por la memoria colectiva como el origen de la nación: San Martín y Belgrano.
La figura de San Martín ha estado ligada al guerrero y al emancipador, en parte por su formación militar, por la envergadura de sus campañas, pero sobre todo por la “eficacia” de su acción en el sentido de que su plan continental aseguró la independencia del Río de la Plata, Chile y Perú.
Belgrano, a pesar de sus acciones militares se perfila como un héroe civil. A diferencia de San Martín que ya tenía una carrera militar en Europa, la actuación militar de Belgrano estuvo relacionada con su participación política en los eventos de la revolución de mayo.El propio Belgrano en su autobiografía reconoce que no sabía ni como llevarse el fusil al hombro. Los proyectos del joven Belgrano estaban más cerca de la actividad comercial que desempeñaba su familia, tenía la esperanza de un cargo diplomático en algún país europeo o del desempeño de algún cargo como corolario de sus funciones como secretario del Consulado de comercio de Buenos Aires.
Pero no son sólo los datos concretos de sus biografías lo que diferencian las representaciones que tenemos de Belgrano y San Martín. Por eso hablamos de las capas de sentido que se van agregando en la construcción de la figura del héroe.
Quizá el hecho de haber escrito una autobiografía, de que podamos acceder a su cotidianeidad a través del Diario Militar del Ejército Auxiliar del Perú, de los rasgos particulares que aparecen en diversas memorias como las de José María Paz y las de Gregorio Aráoz de Lamadrid, le otorguen a la figura de Belgrano un lado más humano.
La conocida carta entre Pío Tristán y Belgrano en el que el general rioplatense le responde a su adversario con cierto humor y modestia firmando como general del Ejército Chico frente a la firma del jefe realista como general del Ejército Grande, lo coloca en un lugar cercano y “de a pie” frente a la rampante iconografía del San Martín ecuestre.
Sus continuas derrotas militares y el amargo final con la imagen de un general derrotado en el Alto Perú, trasladado con grilletes desde Tucumán a Buenos Aires como consecuencia de una revuelta de jefes militares, con el telón de fondo de la disolución de las provincias ya desunidas, agregan un sesgo de héroe trágico a este personaje generoso y desprendido que muere pobre y en soledad. El día mismo de su muerte, el 20 de junio, conocido en la historia de la provincia de Buenos Aires como el día de los tres gobernadores, que une el destino del héroe con el de la desunión de las provincias (Ternavasio, 2020) añade un regusto de derrota a la memoria de Belgrano.
Sin embargo, más allá de estas improntas que pudieron haber grabado algunos de sus rasgos en la memoria colectiva, me interesa quitar algunas de esas capas de sentido, como cuando se restaura una pieza antigua levantando las capas con que a lo largo de los años sus guardianes la han ido cubriendo.
La primera capa es la del lugar de los procesos que culminaron con la independencia en la construcción de la nación. Aunque hace décadas que la historiografía insiste en ello, es aún necesario decir que no existía una nación argentina, ni una patria o un estado argentinos coincidentes con nuestro actual marco territorial en el momento de la revolución de 1810, ni en 1816 con la declaración de la independencia. Los movimientos que comenzaron con la crisis del poder imperial en 1808 deben leerse más en el marco de la crisis de la monarquía española y la disolución del imperio que en el de la construcción de las naciones hispanoamericanas, proceso que llevará otro siglo.
Resituar los procesos de independencias hispanoamericanos en un momento de una crisis imperial inesperada y no como corolario del deseo largamente contenido de unas elites americanas ayuda a entender los posibles objetivos e incertidumbres de los líderes de la guerra así como los imaginarios políticos disponibles. Aquí aparecen las capas de la modernidad, el republicanismo con sesgo contemporáneo, supuestos que tienen que ver con lecturas que se hacen desde el final del proceso, que en historia llamamos “teleológicas”, y que no dejan entender al sujeto en su contexto.
Cuando se produce en 1808 la crisis de la monarquía, producto de la invasión napoleónica en España y la abdicación del rey, las elites criollas, a lo largo y ancho de la América española, no pretendían la ruptura con la monarquía. La fidelidad al rey cautivo fue una figura que salvaguardaba la autoridad monárquica y la lealtad de las regiones americanas. Esta fidelidad tiene que ver también con un universo de pautas culturales distintas a las actuales, en las que la fidelidad al Rey tiene una connotación religiosa. Fue el desarrollo de la crisis el que fue reformulando las respuestas americanas en un proceso de más de diez años.
La actitud fidelista fue común a las juntas de gobierno que se proclamaron en América y que recibieron muy pronto el cachetazo del gobierno de la península que,erigiéndose en depositario de la soberanía, desconocía esta misma base de legitimidad a las juntas americanas, señalando flagrantemente que no había igualdad posible a ambos lados del atlántico y dando por tierra las ilusiones de los americanos de ganarse un lugar en la reformulación de un imperio menos asimétrico.
En este contexto se debe situar la propuesta monárquica de Belgrano en el Congreso y sus anteriores afiliaciones carlotistas. Desde su cargo de Secretario del Consulado, lideró la alternativa de coronar como regente de América a Carlota Joaquina de Borbón, hermana mayor del rey Fernando VII y esposa del príncipe regente de Portugal. (Ternavasio, 2015). La corte francesa se había refugiado en Rio de Janeiro huyendo de la invasión napoléonica. Ocho años después, tras la frustrada misión diplomática de hacer reconocer en Europa al nuevo país, Belgrano planteaba en el Congreso de Tucumán las ventajas de una monarquía incaica.
La coyuntura de 1814-1816 condensa una serie de acontecimientos que marcan un viraje en el proceso revolucionario. La restauración de los monarcas considerados legítimos después de la derrota de Napoleón provoca un ambiente internacional adverso a los movimientos hispanoamericanos. Fernando VII, el Deseado, cuya imagen había sido utilizada como escudo a las acusaciones de deslealtad a la corona, vuelve como tirano. En el Río de la Plata se barajan diversos proyectos que intentan fundamentar la legitimidad y alentar el reconocimiento de los nuevos estados: protectorados y monarquías, allí entraba la propuesta de Carlota Joaquina. Por otra parte la declaración de independencia era indispensable para conjurar las acusaciones de traición en un momento en que la guerra estaba lejos de estar definida, pero había que buscar también una forma de gobierno que atrajera el apoyo de las naciones europeas mientras soplaban vientos de restauración monárquica. Este marco atlántico explica las propuestas monárquicas de Belgrano.
La preferencia por la monarquía tenía que ver también con la amenazada situación de las provincias rioplatenses con el avance portugués en la Banda Oriental, la disidencia de Artigas y los escasos recursos de la revoluciónpara enfrentar tantos frentes abiertos. Por otra parte, la monarquía era la formas de gobierno imperante en el espacio atlántico. La propuesta de Belgrano era acorde con los tiempos y favorable al reconocimiento de la independencia en tiempos de restauración. La “solución” incaica fue quizás también una forma de atraer a la tutela del Rio de la Plata a los pueblos del Alto Perú, una región que le fue particularmente esquiva a la campaña liderada por las provincias del sur.
Belgrano se celebra hoy en las escuelas del país como creador de la bandera, el papel que Mitre quiso darle frente a la construcción de San Martín como héroe exitoso en lo militar, en tiempos en que el ejército de Buenos Aires se constituía en el hacedor de la posible nación.
Esa bandera que, con los disensos propios de los símbolos apropiados, se dice, recoge en sus colores los de la dinastía borbónica, la Orden de San Carlos, el manto de la Virgen, muestra el carácter religioso de Belgrano, completamente acorde a su época. En este marco se entiende la importancia de las Vírgenes Generales que acompañaban los ejércitos tanto realistas como insurgentes.
Los tiempos de la revolución estaban inscriptos en una cultura compartida por el mundo iberoamericano en la que el fundamento trascendente del poder y el orden social y el poder normativo de la religión dan forma a los imaginarios tanto de las elites como de los diversos sectores sociales.
Finalmente, y para dejar una nota acorde con nuestros tiempos, me gustaría señalar algunos aspectos que la tradición ha adjudicado a la figura de Belgrano. Su voz afeminada, su afición a los buenos trajes y las maneras europeas, la ascética disciplina que les impuso a sus soldados y oficiales… ¿qué tanto hay de la construcción de un héroe que no guarda relación con las masculinidades esperables en un guerrero? ¿Se constituyó por ello en un héroe civil?